Por Rubén Ravelo
¡Levanten las manos, hermanos y hermanas! ¡Celebren, a voz viva, el orgullo de ser aliancistas! Porque Alianza es eso, celebración, una celebración constante, a veces descontrolada y otras, sosegada. Siempre guiada por la determinación de llevar a todos lados estos colores, con causas y consecuencias.
¿Que por qué me hice aliancista? No lo sé, ¿tú lo sabes? ¿Te lo has preguntado? Seguramente. ¿Te lo has respondido? Ahí el asunto. Podría caer en lo clásico y decir que me hice aliancista gracias a mi padre, pero lo cierto es que la intención de mi padre nunca fue, propiamente, que me haga hincha como él. Él solo me compartió su alegría, su entusiasmo, sus anécdotas, dejando a mi propio libre albedrío lo que haría con esa información. Eso sí, tomó la vital decisión de llevarme al Alejandro Villanueva por primera vez, a mediados de los agitados noventas.
Si me pides detalles de aquel momento, quizá te quedes decepcionado. Si me pides sensaciones, ya estamos hablando de otra cosa: porque puedo olvidar lo que vi, pero nunca olvidaré cómo me sentí. Y me sentí vencido. Sí, vencido, pero al mismo tiempo extasiado. Como estar al lado de un gigante y asumir automáticamente tu propia insignificancia, mientras lo miras con admiración. Aquella fue la primera vez en que fui testigo del valor de un colectivo, lo cual ha sido muy importante para definir mi visión sobre la vida en general. Aquella fue la primera vez en que un grito mío parecía no haber sido escuchado, por perderse entre un mar de gritos más potentes y sabios. Era un niño regordete y algo engreído, que en ese instante tuvo una dosis gratuita, pero muy efectiva, de humildad. Era nada. Nada ante Alianza y su gente. Y desde entonces decidí formar parte de esa infinita marea blanquiazul.
Fue, quizá, la primera decisión personal que tomé.
Alianza Lima es un club sumamente especial porque no solo es popular y exitoso; de hecho, el más popular y exitoso del Perú. Alianza Lima, además de sus éxitos y popularidad, siempre ha dado lecciones de enfrentar sus propios problemas, de hacerle frente a la injusticia, de luchar contra lo que parecía inevitable, y de levantarse tras las más duras caídas. Pocos clubes en el mundo pueden contar las crisis que ha pasado Alianza Lima, mientras lucen la indiscutible bandera de ser el más grande su país. Pocos clubes tienen tal gestión del sufrimiento, sufrimiento, por supuesto, acuñado a la propia dinámica de ser hincha de un equipo de fútbol que puede ganar, perder o empatar, convirtiéndolo en gloria con ingredientes culturales muy propios.
Estamos, pues, y como ya se ha dicho, ante el fenómeno social más importante que ha visto el deporte peruano. Y aunque haya aún muchas cosas por decir, por hacer y heridas por sanar, siempre que Alianza Lima tenga esa marea blanquiazul detrás, se sabrá en el camino correcto.
Así que: ¡Levanten las manos, hermanos y hermanas! ¡Celebren, a voz viva, el orgullo de ser aliancistas! Porque Alianza es eso, celebración, una celebración constante, a veces descontrolada y otras, sosegada. Siempre guiada por la determinación de llevar a todos lados estos colores, con causas y consecuencias.
Porque Alianza Lima, hermanos y hermanas, es vida.
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