En el fútbol hay un término que aparece como si fuera mandamiento sagrado cada vez que alguien se atreve a decir lo que todos ya saben: los famosos «códigos». Una especie de pacto mafioso disfrazado de respeto, un manual tácito que ordena no ventilar las miserias internas de vestuarios, clubes y dirigentes. En teoría, es nobleza. En la práctica, es una coartada barata para blindar la mentira, la impunidad y la hipocresía.
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RPP. |
Por Rubén Ravelo
El último clásico volvió a desnudar el tema. Hernán Barcos, capitán de Alianza Lima, explicó en público lo que le dijo a Alex Valera en la cancha. Y de inmediato, como si hubieran recibido la misma circular, saltaron a indignarse la prensa partidaria de Universitario, los especialistas en fabricar titulares de clickbait futbolero y, para completar el cuadro, hasta la mismísima Federación Peruana de Fútbol. Todos acusando a Barcos de haber «roto los códigos». El drama griego en versión criolla. Pero, ¿rompió realmente algo? La respuesta es un categórico no. Porque el «Pirata» no reveló ningún secreto de Estado, apenas recordó un chisme que ya estaba en boca de todos.
Valera, recordemos, se borró de una convocatoria a la selección con la excusa de «problemas familiares y personales». Milagrosamente, esos problemas no le impidieron jugar con la U a los pocos días. Los periodistas, siempre tan valientes, prefirieron mirar para otro lado. La prensa crema hizo mutis por el foro, y los medios del click fácil se dedicaron a inflar el morbo con titulares más falsos que una copa de los años treinta made in Abancay. Pero el hincha no es ingenuo: nadie creyó ciegamente el cuento. Y si aún quedaban incrédulos, Carlos Univazo —exjefe de prensa de la propia U— ya había detallado las verdaderas razones. Es decir, lo que Barcos dijo no fue una traición a los códigos, sino una simple actualización de un rumor viejo.
¿Y puede un jugador con la trayectoria de Barcos ser acusado de romper códigos? Por favor. Estamos hablando de un tipo con carrera impecable, respetado en cada club que pisó, con relaciones institucionales que todavía perduran. Eso no se gana regalando camisetas, sino demostrando que eres un profesional de verdad. Barcos no es perfecto, claro. Pero hasta en sus imperfecciones resulta más decente que muchos de esos ídolos de barro que viven atrapados entre el ego y la billetera.
Lo grotesco llega cuando Jean Ferrari pretende dar clases de moral. Eso equivale a un taller de dialéctica dictado por el «Puma» Carranza: un chiste de puesta en escena.
Ferrari, pues, el mismo que celebró un bicampeonato no con alegría sino con bilis, insultando a Bruno Marioni. Ferrari, el mismo que en 2001 dedicó gestos racistas tras un gol en una final que encima perdió. Ferrari, el mismo que mantiene una sociedad indisoluble con Agustín Lozano, probablemente el peor presidente en la historia de la FPF. Y ahora resulta que él es el guardián de los códigos y de la ética en el fútbol. ¿En serio?
Valera tampoco se salva. En un pódcast aseguró que su partido más recordado con la U es la final de vuelta de 2023. ¿Su actuación? Intrascendente. Pero claro, para él fue especial porque —cito— «los hicimos llorar». Esa es su brújula: la lágrima ajena, no el rendimiento propio. Ni mención a partidos donde sí fue decisivo, como su gol a Goiás en Sudamericana o el tanto clave contra Barcelona de Ecuador. Para colmo, es el mismo Valera que se lesionó «misteriosamente» antes de jugar contra Brasil y sanó en tiempo récord para clavarle dos goles a ADT. Pero claro, el malo de la película es Barcos, que «rompió códigos».
La discusión real no es sobre códigos, sino sobre autoridad moral. Y ahí Barcos no tiene nada que temer. Ferrari, Valera, la prensa partidaria y los fabricantes de titulares basura, en cambio, usan la palabrita como paraguas para esconder sus contradicciones, egos y miserias.
Porque los supuestos códigos del fútbol, hoy, no son más que un disfraz de conveniencia. Si existieran códigos auténticos, deberían basarse en honestidad, respeto y responsabilidad con el hincha, no en complicidad con la mentira. Hernán Barcos no rompió nada: les aguó la fiesta del silencio cómplice.
Y para los recién convertidos en adalides del decoro: el fútbol peruano no necesita fariseos indignados ni sermones de utilería. Necesita menos teatreros y más gente dispuesta a decir lo evidente. Porque en este deporte, como en la vida, los verdaderos códigos no se recitan desde un púlpito de hipocresía: se practican con coherencia y ejemplo. Y ahí, Ferrari, Valera y compañía tienen mucho que aprender del «Pirata».
![Los códigos en el fútbol [OPINIÓN] | Entre el silencio cómplice y la hipocresía](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEggW5Kz9028eeBKsA3_yEniIr1PpLAB89KwA7VtXGD0XUc4HqdDTQz8ynag4piufUyQqQOWmInyk9oNoJ-GFSmwHouEVb6_WtpqcTIg__DGgE-24M_U_ETzihkz7ZvOHPn8LURjroRzYR0eCLGzKlJ_XWiHefI1JyGs4OEXmJcdJLmGG2NvgU_gFUIDP3c/s72-w400-c-h243/535410359_1195199455976152_1136241664087699771_n.jpg)
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