Las injerencias del Fondo Blanquiazul —hoy dividido en
varios microgrupos inversores— en las decisiones deportivas del club, no solo
tuvieron un destructivo impacto en la gestión deportiva —sobre todo en 2020,
con el casi descenso, y 2023, con un autosabotaje integral que terminó con
Mauricio Larriera obsequiando las finales ante Universitario, con apagón
incluido—, también mermaron, y mucho, el de por sí escaso carisma que el grupo
adquiriente tenía para conectar con el hincha de a pie —si acaso alguna vez
tuvo ese interés—. El más recordado, sin dudas, Diego Gonzáles Posada,
expresidente del Fondo, quien fue además el rostro más reconocible, terminó
renunciando a mediados de 2023 por desacuerdos internos. Desde entonces, y
tomando en cuenta que los administradores del club son apenas figuras
—decorativas— de supervisión financiera, fue muy complicado para los hinchas
señalar culpables dentro de la cúpula victoriana. Y este abandono se alargó y
hasta agudizó en 2024.
En 2025, se apostó por la «identidad aliancista», término
algo volátil pero inusualmente poderoso para el común de la hinchada.
Efectivamente, todos estábamos de acuerdo en que a Alianza Lima le faltó
identidad, particularmente en estos últimos años en los que, pese a haber
logrado varios títulos, no se pudo redondear ninguna gestión con avances
importantes que además sean visibles y vivibles para el hincha, como por
ejemplo el surgimiento de nuevos potrillos, la construcción de un centro de
alto rendimiento, la instalación de un museo de historia, la ampliación del
estadio Alejandro Villanueva o una clasificación importante dentro de algún
torneo internacional. Y, ya si alguien lo desea, hasta podríamos agregar a esta
lista el no haber podido ganarle una final al clásico rival cuando se tuvo la
oportunidad.
Es así que se vuelve a confiar en el cargo de director
deportivo, un esquema que ya habíamos visto antes en Alianza —con Víctor
Marulanda, en 2020; bonito antecedente, vamos—, con Navarro por encima de un
gerente deportivo, cargo que asumió, como, en 2021, José Bellina. Mientras que,
en dirección de menores, otro viejo conocido volvería a casa: al igual que el
‘Pepón’, Wilmar Valencia abandonaría —al menos momentáneamente— su carrera como
director técnico para asumir un cargo que siempre lo sedujo. Y, como si esto
fuera poco, en el seno formativo del club de sus amores.
Hasta aquí todo pintaba bien: finalmente, tendríamos no solo
rostros visibles —y conocidos, además— dentro de la estructura administrativa
del club, sino asimismo personas indudablemente identificadas con Alianza Lima.
Pero como nada podía ir tan bien —y menos en Alianza—, llegaría el elemento
disruptivo de esta historia.
Entre los varios candidatos para asumir la dirección técnica
del primer equipo estaba el nombre de Daniel Garnero. Los periodistas que
cubren en redes sociales el día a día aliancista aseguraban que «solo faltaban
detalles» para que el argentino, que venía de dirigir a la selección mayor
paraguaya —en la que, por cierto, nada bien le fue—, arribe a Lima a ponerse el
buzo blanquiazul. Muchos, sí, me incluyo, veíamos con buenos ojos su llegada.
Pero de pronto, como una pequeña y solitaria gota de lluvia en medio del
siempre bochornoso verano limeño, cayó el nombre de Néstor Raúl Gorosito.
Algunos lo tomaron como joda. «Qué va a venir ese fracasado, pues, tiene que
ser broma», aseguraban. Más alarmas se encendieron cuando periodistas
internacionales confirmaban la posibilidad. Peor aún, cuando anunciaron que
Garnero había sido descartado.
Los estadísticos de siempre no tardaron en sacar sus
cuadros. Su lectura fue en verdad aterradora: durante toda su carrera como DT,
el ‘Pipo’ acumulaba más derrotas que victorias y, además, se pasó más tiempo
luchando por no descender que peleando títulos de primera división. No era
opinión, era información. Un «facto», como dirían los jóvenes. Conclusión
rápida: Gorosito no era técnico para Alianza Lima. Y, sí, fue una conclusión a
la que yo también llegué. Sin embargo, en aquella editorial de El Blog Íntimo,
publicada el 27 de noviembre de 2024, y titulada ‘CRÓNICA DE UN FRACASO
ANUNCIADO’, el texto terminó con una frase que ahora me permito citar:
«Como cada vez que avizoramos un mal final desde el inicio
del cuento, solo nos queda desear, con todo el corazón, equivocarnos».
Y parece ser que nos equivocamos.
Es cierto que aún no ganamos nada y que, objetivamente
hablando, no hay nada todavía de lo que debamos arrepentirnos en ese post, pero
a estas alturas es innegable, aun para el más crítico del técnico argentino,
que este —nuevo— primer equipo de Alianza Lima muestra un rostro distinto al
que vimos, tal vez, durante toda la última década. No voy a renegar hoy del
uruguayismo que trajo Sanguinetti en 2014, porque era exactamente lo que
necesitábamos luego de tanta incumplida promesa de vistosidad futbolística, ni
de la elemental propuesta de Bengoechea que, en 2017, terminó sacándonos del
hoyo después de once años de angustiante espera, pero el juego del Alianza de
Gorosito es lo más cercano que he visto al Alianza que recuerdo de niño. Ese
Alianza que podía, como en cualquier parte del mundo donde se patee una pelota,
ganar, perder o empatar, pero que siempre intentaba protagonizar sus partidos,
sin importar el rival. Ese Alianza que no se escondía en la rigurosidad
defensiva para presentar equipos timoratos que igual podían comerse tres o más
goles. Ese Alianza que no se excusaba en métricas y stats de PES para intentar
ocultar su falta de juego solo con el acto de correr más que el promedio.
Y sí, hay cositas que no se están haciendo bien: lo de Bryan
Farioli sigue siendo una enorme incógnita en los hinchas, que aún nos
preguntamos quién y bajo qué extrañas condiciones intentó meterlo al club. Las
barras se siguen matando entre ellas dentro y fuera de las tribunas. Aún no hay
CAR, ni museos, ni ampliaciones, ni nuevos potrillos que entusiasmen demasiado. El
administrador de turno sigue siendo un títere y el Fondo sigue ahí, en las
sombras, manipulándolo todo.
Es posible que este Alianza sorprenda a adolescentes y
jóvenes que crecieron viendo al equipo jugando casi siempre al contragolpe y al
pase largo —«pelotazo» para los amigos—, pero, créanme, chicos, y sin ningún
ánimo de desmerecer a nadie, este Alianza se parece más a Alianza que el
Alianza que vieron ustedes. Y aunque el equipo muestre una nueva faceta, como
vemos, pocas cosas cambiaron en la cúpula del club, salvo el hecho de entender,
al fin, que nadie los quiere a ellos, lo que los llevó, de seguro a regañadientes,
a tener que confiar en la experiencia y valentía de una personalidad como
Navarro. Hoy, ya tenemos a quién echarle la culpa de todo, pero también a quién
felicitar si las cosas salen bien, como vienen saliendo hasta ahora.
Así, en lo que a su equipo de fútbol se refiere, el club
Alianza Lima recibe su 124 aniversario reinventándose con nuevos rostros y
estructuras de gestión, reacostumbrándose a ganar ─tanto local como
internacionalmente—, sorprendiendo por su buen juego, cortando agobiantes
rachas y, sobre todo, cerrando bocas —entre ellas la nuestra—. Que ese siga
siendo el camino.
Pues, en determinadas circunstancias, equivocarse es un verdadero placer.
![Balance de aniversario [OPINIÓN] | ¿Cómo recibe el Club su 124 aniversario?](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjXgujerkFrFoYCXQcn-MiE-yLy16Ri3i3QFip_G09l5Nm-j3ks9nZJDvwowU4OsbC2rCnyrkk1GZq2hDRsh3JaFT-eO5d8xKPO5lk9x0-19K2A1vMA0rzMVnm3BnyIQiSEHYco0K9_fTdyl2fJ-c7mN3Whw_6W3RvechUGlu7n_rXmBz8pGiEZSjYJFI7S/s72-w320-c-h400/480521560_1043305074498925_4042987089361694115_n.jpg)
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